¿Los medios digitales reducen capacidad de aprendizaje?

Alertan de los riesgos, tanto físicos como psicológicos, de su abuso. Denuncian presiones de la industria y pasividad de las autoridades.


Los defensores a ultranza del uso de dispositivos digitales en la educación de niños y adolescentes tienen un rocoso y combativo adversario en Manfred Spitzer. Este catedrático alemán, director del departamento de Psiquiatría en el Hospital Universitario de Ulm y del Centro de Transferencia de Neurociencias y Aprendizaje, sostiene que los medios digitales (ordenadores, tabletas, smartphones) «no aumentan la capacidad de aprendizaje académico, sino todo lo contrario»: pueden incidir de forma negativa en los procesos cerebrales de aprendizaje y causar trastornos patológicos, tanto físicos como psicológicos.

Spitzer pronunció una conferencia en Barcelona, impulsada por la Obra Social La Caixa y la Fundación Aprender a Mirar, en la que advirtió de que con estos recursos tecnológicos «los niños se acostumbran a focalizar su atención en la pantalla, externalizan procesos cerebrales de captación de información, reducen su capacidad de retención y memorización, y así, aprenden menos».

Tras una exhaustiva revisión bibliográfica de las investigaciones en la materia, en su libro Demencia digital remarca que diversos estudios empíricos muestran que los alumnos que no emplean medios digitales obtienen mejores notas que los que sí lo hacen. «Es lógico», señala, «porque si utilizan una calculadora de bolsillo o un traductor, por ejemplo, no desarrollan los procesos mentales necesarios para aprender adecuadamente aritmética o un idioma». Lo mismo ocurre al teclear el contenido de una lección en vez de tomar notas a mano. «Y ya no digamos si dispone de conexión a internet en clase».

Atendiendo a los resultados de la investigación, reclama a padres, profesores y políticos una reflexión profunda sobre la utilidad pedagógica de estos recursos y sobre sus riesgos, que también son físicos. En su última obra, La enfermedad cibernética, alerta de que el abuso de las pantallas vuelve a los niños «más gordos y miopes», pero también les priva del descanso, ya que enfrascarse en la pantalla en las horas previas al sueño comporta una bajada de la secreción de melatonina y un reseteo de su ritmo circadiano, «lo que hace que por la mañana se levanten cansados».

Los medios digitales inciden de manera negativa en los procesos cerebrales de aprendizaje y causan trastornos patológicos físicos y psicológicos

En cuanto a los efectos adversos a nivel psicológico, este experto habla de trastornos de atención, estrés y depresión. Un estudio británico reciente indica que las niñas de 13 años que pasan más de tres horas diarias en Facebook tienen el doble de posibilidades de padecer depresión cinco años después. «La razón es que les falta interacción social real. Minutos después de dejar esta red social les cae el ánimo, y eso ocurre una y otra vez. Porque en realidad Facebook es a la interacción social lo que las palomitas a la comida saludable».

A la vista de estos riesgos cabe preguntarse por qué los responsables educativos siguen promoviendo el uso de dispositivos digitales. Spitzer es tajante: «Por presiones comerciales. Apple, Microsoft, Google, Facebook y Amazon son hoy las empresas más cotizadas del mundo, nos bombardean con mensajes sobre los beneficios de sus productos y nos convierten en adictos. Pero también cuentan con cierta aquiescencia institucional».

Un caso sonado fue el del superintendente de educación de Los Ángeles. En 2015 destinó 1.300 millones de dólares para que cada alumno dispusiera de un iPad, cantidad proveniente de los fondos de mantenimiento de los centros. Posteriormente se descubrió que niños y adolescentes eran más proclives a consumir productos y software de Apple, pero también que el alto funcionario mantenía «relaciones estrechas» con esa empresa y con otras asociadas. Spitzer cuenta que perdió su cargo y hoy está a la espera de juicio.

Con todo, el reverso más oscuro del abuso de estas tecnologías son las adicciones y el aislamiento de la vida real. En Corea del Sur, el país con mayor penetración de estos recursos, lo saben bien: según datos del Ministerio de Ciencia, el 30 por ciento de los que tienen entre 10 y 19 años son adictos al smartphone. Un fenómeno similar es el de los hikikomoris (recluidos) japoneses, que se aíslan del mundo real en su habitación, conectados permanentemente a la red. Bastantes de ellos acaban siendo hospitalizados o frecuentan campamentos de desintoxicación tecnológica.

Noticia extraída de: DiarioMedico